Baúl

—¿Ya estás lista para esto?
Ella rió y lo miró. Esos ojos, que tantas veces pasó por alto de pronto estaban fijos en ella, la inquietud que caracterizaba su mirada había sido reemplazada por una seriedad que intimidaba.
Vio cómo su mente revelaba imágenes de los momentos que habían pasado juntos hace ya muchos años. En aquel entonces ella hacía lo posible para reencontrarse después de haberse perdido en un amor que la destruyó, mientras que él era aire fresco entre toda esa neblina y que probablemente no entendió su negación tras insinuar querer tener algo más que esa ya bastante larga amistad.
Ahora, sentados uno al lado de otro en las gradas de uno de sus museos favoritos, lucían rostros con más experiencia, semblantes que denotaban ser poseedores de un bagaje propio de sus edades. Ambos tenían cicatrices y lecciones, momentos inolvidables que vivieron el uno sin el otro, y soledades lánguidas en las que —sin saberlo— se hacían falta.
—¿Lo estás? —interrumpió él de nuevo. Ella, al ver que la pregunta era genuina, dejó de sonreír, frunció levemente el ceño y asintió con la cabeza.
Él se acercó, movió un mechón de que caía sobre el rostro de esa muchacha tan dulcemente extraña que había conocido hace más de una década y se quedó mirándola unos segundos. Era ella. Vio en sus ojos marrones ese brillo de niña que se alegraba con cosas simples: las olas del mar, el sabor del café recién hecho, las pinturas al óleo. 
Se preguntaba cómo había tardado tanto en darse cuenta que debió darle un poco de tiempo e intentarlo de nuevo.  Ahora, a su lado, sabía que no quería seguir sin ella.
Acarició su mejilla derecha, alzó suavemente su barbilla y acercándola lentamente hacia él, la besó.


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